martes, 14 de junio de 2011

La Sociedad Culta



La piedra filosofal de toda sociedad culta está compuesta por  libertad, inteligencia  e integración, desde allí se forman los cimientos que transforman los pueblos en naciones cultas. El hombre desde su infancia necesita un espacio adecuado para desarrollar su individualidad, igual ocurre con las naciones, éstas, para transformarse en Estados poderosos necesitan un espacio democrático que los guie hasta alcanzar derroteros de luces civilistas. La inteligencia es una característica personal sin embargo, a través de una educación pedagógica con avanzadas ideas tecnológicas, aderezada con el intercambio de ideas, fundamentada en principios y valores éticos, lejos de egolatrías caudillistas, fanatismos religioso-políticos, se puede instituir una sociedad ilustrada y tecnificada. Una nación culta tiene su pedestal en la democracia y dentro de ésta, la integración. En los países de avanzada el Estado coexiste en armonía con el sector privado, de esta interdependencia quien se beneficia es la sociedad, no puede decirse lo mismo de los países que son regidos por gobiernos militaristas dictatoriales; este tipo de gobernantes es nefario y basa su régimen en el monopolio estadal que luego se convierte en fuente de corruptela. El aparato productivo nacional, el deporte, la cultura son etiquetados bajo una consigna política. La carta de presentación de este tipo de gobierno es la oferta de una revolución que en la práctica no existe, ésta es manejada bajo un discurso maniqueísta donde se intenta solapar el saqueo y la destrucción de la república. Las revoluciones políticas se han escrito con sangre inocente. Las revoluciones culturales se emprenden con inteligencia y sus herramientas más eficaces son péñolas y libros, éstas construyen libertades, las armas únicamente asolan. En este tiempo, donde otros países se encaminan rumbo al modernismo; primitivismo y barbarie envuelve la conciencia de los venezolanos. En pueblos educados, la violencia tiene poca cabida en su modo de vida, no podemos decir lo mismo de nuestra lacerada tierra, otrora nación de libertadores, insólitamente en sus calles pululan más las balas homicidas que el pensamiento productivo. Lo más grave de este dantesco panorama es la aterida indolencia que se palpa en nuestra sociedad ante los seres caídos. El calibre de los  proyectiles percutidos no importa, lo escalofriante es el resultado final, la cifra roja que a diario engrosa las fatales estadísticas y enluta cientos de hogares de nuestra patria a causa de una guerra, declarada por la delincuencia en contra de ciudadanos inermes y con un extraño componente atípico: ésta no es movida por razones ni fines ideológicos, es decir, es una guerra sin causa. Estamos frente a un hartazgo de inmoralidad y la sensibilidad ha sido perforada por la indolencia. Años atrás, dos homicidios en un mismo hecho era motivo de asombro, hoy son crímenes colectivos o en sucesos  en sucesos aislados y nada ocurre. En un país donde su gobernante hace alarde de consignas socialistas- humanistas, la riqueza nacional es invertida en modernos armamentos y aun así, inexplicablemente, su fuerza armada es vencida por unos cuantos reos en su lugar de reclusión.  Un país moderno no se construye con preceptos anacrónicos ni con ministros nescientes. La regla de oro de toda democracia es la renovación de sus poderes y ésta es aplicable piramidalmente desde sus gobernantes hasta sus ciudadanos. ¿Hacia dónde se encamina nuestra Venezuela? Eso lo decidirá la ciudadanía en Diciembre de 2012. Intentar unificar pensamientos es dar fuerza a la megalomanía y cuando esto sucede se pierde lo más hermoso de una nación: el respeto por los encargados de velar por la soberanía nacional que emana de la voluntad del pueblo. Las tanquetas no podrán detener el ímpetu libertario de quienes se niegan a vivir en comunismo, solamente mueren quienes se resignan a vivir en la umbrosa ignorancia. La demagogia asemeja un estupefaciente que poco a poco se apodera de la mente hasta neutralizar sus neuronas y por consiguiente aniquilar la fuente del pensamiento libre, esta maquiavélica metamorfosis da paso al fanatismo. Los obsecuentes son cubiertos por una oscuridad interna que les hace inmunes a la externa y calman su sed con el conformismo. Quien lucha por su democracia tiene como meta alcanzar su libertad y para llegar hasta el final, se debe apartar la mirada de los distintos engaños que los liberticidas suelen colocar en el camino a transitar.