La
piedra filosofal de toda sociedad culta está compuesta por libertad, inteligencia e integración, desde allí se forman los
cimientos que transforman los pueblos en naciones cultas. El hombre desde su
infancia necesita un espacio adecuado para desarrollar su individualidad, igual
ocurre con las naciones, éstas, para transformarse en Estados poderosos
necesitan un espacio democrático que los guie hasta alcanzar derroteros de
luces civilistas. La inteligencia es una característica personal sin embargo, a
través de una educación pedagógica con avanzadas ideas tecnológicas, aderezada
con el intercambio de ideas, fundamentada en principios y valores éticos, lejos
de egolatrías caudillistas, fanatismos religioso-políticos, se puede instituir
una sociedad ilustrada y tecnificada. Una nación culta tiene su pedestal en la
democracia y dentro de ésta, la integración. En los países de avanzada el
Estado coexiste en armonía con el sector privado, de esta interdependencia
quien se beneficia es la sociedad, no puede decirse lo mismo de los países que
son regidos por gobiernos militaristas dictatoriales; este tipo de gobernantes
es nefario y basa su régimen en el monopolio estadal que luego se convierte en
fuente de corruptela. El aparato productivo nacional, el deporte, la cultura
son etiquetados bajo una consigna política. La carta de presentación de este
tipo de gobierno es la oferta de una revolución que en la práctica no existe,
ésta es manejada bajo un discurso maniqueísta donde se intenta solapar el
saqueo y la destrucción de la república. Las revoluciones políticas se han
escrito con sangre inocente. Las revoluciones culturales se emprenden con
inteligencia y sus herramientas más eficaces son péñolas y libros, éstas
construyen libertades, las armas únicamente asolan. En este tiempo, donde otros
países se encaminan rumbo al modernismo; primitivismo y barbarie envuelve la
conciencia de los venezolanos. En pueblos educados, la violencia tiene poca
cabida en su modo de vida, no podemos decir lo mismo de nuestra lacerada tierra,
otrora nación de libertadores, insólitamente en sus calles pululan más las
balas homicidas que el pensamiento productivo. Lo más grave de este dantesco
panorama es la aterida indolencia que se palpa en nuestra sociedad ante los
seres caídos. El calibre de los
proyectiles percutidos no importa, lo escalofriante es el resultado
final, la cifra roja que a diario engrosa las fatales estadísticas y enluta
cientos de hogares de nuestra patria a causa de una guerra, declarada por la
delincuencia en contra de ciudadanos inermes y con un extraño componente
atípico: ésta no es movida por razones ni fines ideológicos, es decir, es una
guerra sin causa. Estamos frente a un hartazgo de inmoralidad y la sensibilidad
ha sido perforada por la indolencia. Años atrás, dos homicidios en un mismo
hecho era motivo de asombro, hoy son crímenes colectivos o en sucesos en sucesos aislados y nada ocurre. En un país
donde su gobernante hace alarde de consignas socialistas- humanistas, la
riqueza nacional es invertida en modernos armamentos y aun así,
inexplicablemente, su fuerza armada es vencida por unos cuantos reos en su
lugar de reclusión. Un país moderno no
se construye con preceptos anacrónicos ni con ministros nescientes. La regla de
oro de toda democracia es la renovación de sus poderes y ésta es aplicable
piramidalmente desde sus gobernantes hasta sus ciudadanos. ¿Hacia dónde se
encamina nuestra Venezuela? Eso lo decidirá la ciudadanía en Diciembre de 2012.
Intentar unificar pensamientos es dar fuerza a la megalomanía y cuando esto
sucede se pierde lo más hermoso de una nación: el respeto por los encargados de
velar por la soberanía nacional que emana de la voluntad del pueblo. Las
tanquetas no podrán detener el ímpetu libertario de quienes se niegan a vivir
en comunismo, solamente mueren quienes se resignan a vivir en la umbrosa
ignorancia. La demagogia asemeja un estupefaciente que poco a poco se apodera
de la mente hasta neutralizar sus neuronas y por consiguiente aniquilar la
fuente del pensamiento libre, esta maquiavélica metamorfosis da paso al
fanatismo. Los obsecuentes son cubiertos por una oscuridad interna que les hace
inmunes a la externa y calman su sed con el conformismo. Quien lucha por su
democracia tiene como meta alcanzar su libertad y para llegar hasta el final,
se debe apartar la mirada de los distintos engaños que los liberticidas suelen
colocar en el camino a transitar.