martes, 14 de julio de 2015

Combate de El Aguacate.


 Cada pueblo  atesora un sinfín de vivencias que con el pasar del tiempo, cual  deleble tinta, se borra de la memoria, siendo los historiadores y cronistas de comprobada objetividad, quienes tienen el poder de darles nuevamente luz.
El Estado Carabobo, principalísimo icono de nuestra independencia, abriga sobre su regazo al Municipio San Joaquín, el cual fue protagonista, aquel ardiente 14  de julio de 1816, de una feroz lucha  denominada Combate de El Aguacate, en resguardo de nuestro terruño.
Quizás, para muchos analistas de la historia independentista de Venezuela, este enfrentamiento no tenga gran significado, sin embargo, para nuestra idiosincrasia es algo característico.
Nuestro pueblo se ha distinguido por la cordialidad de sus dicharacheros habitantes, no obstante, en  los últimos tres quinquenios, el vendaval demagógico conjuntamente con el odio voraz que se ha instaurado en el municipio, ha hecho que pierda su temperamento.
En nuestro poblado,  antiguo Valle de Cura y Hato Viejo, se dejó de cultivar añil, algodón, caña de azúcar o cacao, abonando la tierra con fanatismo político, cosechando frutos ajenos a nuestro gentilicio. Esta terrible plantación, consiguió que el cálido y fraternal abrazo desapareciera del sentir de sus vecinos, quienes hoy, en lugar de una franca sonrisa, despliegan una mueca y en vez de una mano extendida muestran un puño amenazador. Se habla de  humanismo, mientras más nos alejamos de nuestros principios y valores heredados de nuestros mayores.
Los frutos provenientes de la nueva plantación socialista, contaminan la conciencia colectiva. El destino del municipio, conducido por un alcalde ajeno a nuestros sueños y metas. Extraño a nuestra sangre guerrera y a nuestro amor por esta tierra, nos mantiene en alarmante estado de incertidumbre social. 
Hoy mi pequeña y amada patria, transita  y escribe graves episodios de su historia, a causa de la ineptitud y avaricia de sus últimos gobernantes,  que han hecho que el tiempo pase por aquí, cual inmensa y opresora mano, golpeando todo a su paso. El otrora pujante San Joaquín, yerra  sus pasos en pos de una época progresista que velozmente lo va dejando atrás.  Pareciera que somos víctimas de alguna moderna plaga ya que hasta el rio Ereigüe, por primera vez, no tiene ni una gota de agua.
Soñador, como todo poeta, mucho me gustaría, que los huesos de aquellos 200 independentistas caídos en aquel célebre combate de El Aguacate, retoñaran en nuestras conciencias, haciendo germinar el valor y amor por la tierra que tanto nos ha ofrendado. Nuestra heroicidad debe traducirse en ejercicio democrático, en saber repeler, a punta de votos, la invasión que nos azota.
Solo con gónadas, ovarios, intelecto y unidad se puede vencer a una revolución armada, hambreadora, madre de la ineptitud,  progenitora de odios.
Esta tierra recogió las huellas de Bolívar, Páez y muchos  de nuestros insignes guerreros, no obstante, da la impresión de que su bizarría no entró en nuestro ADN.
Volverán las aguas al rio, cuando la querencia por este pueblo venza el vendaval demagógico al cual nos tienen sometidos.