El Estado Carabobo,
principalísimo icono de nuestra independencia, abriga sobre su regazo al
Municipio San Joaquín, el cual fue protagonista, aquel ardiente 14 de julio de 1816, de una feroz lucha denominada Combate de El Aguacate, en
resguardo de nuestro terruño.
Quizás, para muchos
analistas de la historia independentista de Venezuela, este enfrentamiento no
tenga gran significado, sin embargo, para nuestra idiosincrasia es algo
característico.
Nuestro pueblo se ha
distinguido por la cordialidad de sus dicharacheros habitantes, no obstante,
en los últimos tres quinquenios, el
vendaval demagógico conjuntamente con el odio voraz que se ha instaurado en el
municipio, ha hecho que pierda su temperamento.
En nuestro
poblado, antiguo Valle de Cura y Hato Viejo,
se dejó de cultivar añil, algodón, caña de azúcar o cacao, abonando la tierra
con fanatismo político, cosechando frutos ajenos a nuestro gentilicio. Esta
terrible plantación, consiguió que el cálido y fraternal abrazo desapareciera
del sentir de sus vecinos, quienes hoy, en lugar de una franca sonrisa,
despliegan una mueca y en vez de una mano extendida muestran un puño
amenazador. Se habla de humanismo,
mientras más nos alejamos de nuestros principios y valores heredados de
nuestros mayores.
Los frutos
provenientes de la nueva plantación socialista, contaminan la conciencia
colectiva. El destino del municipio, conducido por un alcalde ajeno a nuestros
sueños y metas. Extraño a nuestra sangre guerrera y a nuestro amor por esta
tierra, nos mantiene en alarmante estado de incertidumbre social.
Hoy mi pequeña y amada
patria, transita y escribe graves
episodios de su historia, a causa de la ineptitud y avaricia de sus últimos
gobernantes, que han hecho que el tiempo
pase por aquí, cual inmensa y opresora mano, golpeando todo a su paso. El
otrora pujante San Joaquín, yerra sus
pasos en pos de una época progresista que velozmente lo va dejando atrás. Pareciera que somos víctimas de alguna
moderna plaga ya que hasta el rio Ereigüe, por primera vez, no tiene ni una
gota de agua.
Soñador, como todo
poeta, mucho me gustaría, que los huesos de aquellos 200 independentistas
caídos en aquel célebre combate de El Aguacate, retoñaran en nuestras
conciencias, haciendo germinar el valor y amor por la tierra que tanto nos ha
ofrendado. Nuestra heroicidad debe traducirse en ejercicio democrático, en
saber repeler, a punta de votos, la invasión que nos azota.
Solo con gónadas,
ovarios, intelecto y unidad se puede vencer a una revolución armada,
hambreadora, madre de la ineptitud,
progenitora de odios.
Esta tierra recogió
las huellas de Bolívar, Páez y muchos de
nuestros insignes guerreros, no obstante, da la impresión
de que su bizarría no entró en nuestro ADN.
Volverán las aguas al
rio, cuando la querencia por este pueblo venza el vendaval demagógico al cual
nos tienen sometidos.
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