Quienes promulgan el
caos con la firme intención de reinar sobre sus ruinas, ignoran que la
iniquidad es tan poderosa que en su radio de acción termina regresando al
núcleo que la originó destruyendo su fuente, llevándose además en su
torbellino, almas inocentes. Para la triste misión de la
siembra y cosecha del caos es preciso contar con gran poder y complicidad y si
esta confabulación se abraza a las armas sus efectos serían más devastadores.
En un territorio caótico la justicia es constreñida y convertida alevosamente
en simple bufón de la corte. La teoría del caos sólo puede radicar en
individuos opresivos, ya que su mente
vibra en una octava violenta, exteriorizándose en arengas demagógicas y
violentas. Esta acción es casi tan letal como una bomba nuclear ya que su radio
alcanza los confines de una nación y muchas veces hasta los excede
multiplicando sus víctimas. Muchos de
estos mártires fueron firmes defensores de la doctrina que les confiscó la
libertad, el cerebro y la vida. Para que un territorio pueda gozar de un mínimo
de gobernabilidad, éste fue dotado de instituciones que son vigilantes las unas
de las otras de su desempeño; sin embargo, al ponerse en marcha el plan o
misión hecatombe, el caos institucional se va ocultando de las miradas ciudadanas,
formándose muy discretamente, Estados paralelos, protegidos por una especie de
guardia pretoriana que cuando se hace manifiesta es por su gran corrupción muy difícil pero no imposible de erradicar.
El núcleo generador del caos en una nación enferma lo conforma el Poder Ejecutivo, desde allí emergen las
doctrinas que son insertas en el subconsciente de los debilitados ciudadanos.
En nuestro país podemos citar el caos alimentario, mecanismo muy bien tramado,
lentamente van disminuyendo el aparato productivo y por ende la oferta
alimentaria con la vil intención de crear ansiedad en la población. De allí surgen los precarios operativos para
abastecer a una ciudadanía ya exhausta que sólo ve la abundancia en propagandas
gobierneras. Después de la compra, al habitante empequeñecido ante tal caos no
le queda otra opción que agradecer “por sus bondades” a quien propagó el caos.
Ocurre igualmente en materia de vivienda, salud y educación. En esta tercera
entrega sobre la teoría del caos, ya podemos visualizar de manera más diáfana
donde está el origen de tanto infortunio. La anarquía sólo tiene cabida en una
personalidad débil, es por esa razón que debemos trabajar en pro del desarrollo
de la intelectualidad. Después del bombardeo de las ciudades de Hiroshima y
Nagasaki en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, los sobrevivientes
requirieron de una profunda rehabilitación espiritual, moral y sicológica para
poder sanar de las secuelas de tal hecatombe. Los países involucrados en la
última guerra global, incluyendo a Japón, viven un presente próspero y en
relativa paz, no obstante, si no depuramos el subconsciente de tanta demagogia,
el caos no desaparecerá y la sanación no será posible. La transición al orden
lógicamente establecido puede ser una tarea de meses, quizás de años, todo
depende del criterio que predomine, si el de poblador o el ciudadano. El
poblador pasa gran parte de su vida soñando, a la espera de un milagro o un
golpe de suerte; el ciudadano edifica sus sueños convirtiéndolos en tangibles.
El poblador fenece en medio de radiaciones populistas; el ciudadano se hace
inmune y se fortalece. El poblador piensa y reseña sus metas en diminutivo; el
ciudadano las cita y planifica en superlativo. El poblador se detiene frente a
los obstáculos; el ciudadano los apartas y continúa en el camino trazado. En
fin, cada quien decide en cual estado de conciencia transcurre su vida.
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