Vivimos en un país
donde poco se habla sobre la moral y la ética, quizás sea esa la razón por la
cual nuestra sociedad gira en retorno hacia una acelerada involución como
humanos.
Cuando somos
concebidos, germinan en nuestros genes distintas características que conforman
nuestra personalidad, tales como: el liberador y el tirano; el esclavista y el
esclavo, de estas entidades solo la libertad es inherente al ser, igualmente recinto de la conciencia que a su
vez aloja la razón, las otras permanecen albergadas en lo humano, generando
una desigual lucha en nuestro interior, sin embargo debemos tener claro, que a
la vida llegamos sin conciencia, por lo tanto, amorales. Cada quien decidirá sobre
la premisa de su libre albedrío, si
libérrimo o dictador.
Así como el SER
necesita de lo HUMANO para su existencia, la ética prospera de la moral, connubio que se hace eterno. Uno de los
grandes enemigos de la moral es el poder en sus distintas representaciones, ya
que su seductora figura promete dinero, sexo, bienes materiales y adulancia,
embelesando y envileciendo la conciencia de la gran mayoría.
Cuando se premia al
débil con poder, éste automáticamente se convierte en opresor, es por ello que
antes de gozar de cierto poderío, primero se debe fortalecer la mente con un conocimiento
sustentado en la probidad. Disertado esto, queda claro el por qué los poderosos siempre terminan
alimentándose con el servilismo de los débiles de conciencia, obviando que los
aplausos de los alabarderos contienen un eco destructivo que termina por
destruir el inicial altruismo.
El poder antecedido por bajas pasiones como odio, envidia, delirios de grandeza, entre
muchas, se transforma en una fuerza
inmoral, que desciende sobre la sociedad de manera piramidal, llegando hasta
los estratos sociales más humildes, siendo su principal víctima la moral, ya
que ésta, por poseer una condición innata, es vulnerable frente al conjunto de
realidades que conforman un país. Si la realidad vislumbrada es una alta tasa
de criminalidad, podemos considerarla como la hija bastarda de esa fuerza inmoral.
La moral por ser
instintiva es cálida y goza de muchas
emociones, entre ellas el placer y el
displacer, entendiéndose que por no ser doctrinal no puede ser controlada
por ninguna ley, ya que las leyes son frías y se deben a un conjunto de reglas,
que en muchos casos terminan desligándose de la ética, dando surgimiento a la
legalidad inmoral y a la irracional. Cuando se hace de la ley exclusiva benefactora para una élite, ésta
pierde su esencia, que no es otra que, impartir decisiones ajustadas a su
reglamento de manera imparcial.
Una nación anárquica,
es el fiel reflejo de sus gobernantes quienes terminan por desnudar sus
carencias como seres humanos, sin embargo, para ser gobernante primero se
debería tener una formación epistémica en lo referente a las ciencias políticas
complementada con la ética. Cada quien tiene derecho a decidir si se conduce honradamente o no por
la vida y en política la moral camina siempre por el agudo filo del
cuestionamiento ciudadano.
Sin moral no hay
ética, sin humanidad no puede desarrollarse el ser; sin inteligencia es
imposible que surja la intelectualidad, sin humildad no puede ejercitarse la
espiritualidad y sin conciencia colectiva no podemos presentarnos como líderes.
Son estos los valores que deben trabajarse y fortalecerse si
aspiramos conducir los destinos de una familia, un municipio o un país.
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